Se
le atribuye al káiser Federico II de Prusia la frase de que «conocimientos
puede tenerlos cualquiera, pero el arte de pensar es el regalo más escaso de la
naturaleza». A pesar de que reinó en el siglo XVIII— y desde entonces mucho ha
pasado— sus palabras siguen siendo igual de reales en el siglo XXI.
La globalización es un fenómeno que no va a marcharse. Le es beneficioso a mercados y personas, a gobernantes y a gobernados, aunque a veces no se sepa muy bien cómo gestionar o manejar. El teléfono móvil que estás utilizando para leer esto— Pew Research Center dice que el 85% de los adultos así lo hacen— es producto de ello: manufacturado en un sitio, con piezas de un continente distinto y ensamblado en el país donde fue diseñado. Probablemente no seas consciente de que el disponer de esas materias primas le da a un Estado o a otro una ventaja comparativa a nivel mundial que se traducirá en influencia. Quizá no sepas que precisamente por ello, Estados Unidos y otros gigantes se lanzan a entrar en otros países como un niño se tira a una piscina en verano y que hoy en día no haya ni un rincón rico del planeta sin un gran porcentaje de inversión extranjera. Que China sea el gestor de la gran mayoría de los puertos importantes del mundo, que ZTE o Huawei hayan ayudado a diseñar instrumentos gubernamentales de muchos de los países en vías de desarrollo—incluyendo el carnet de la patria venezolano— o que esté tentando el poder de Rusia en Asia Central mientras le tiende una mano a Vladimir Putin para beneficiarse del gas natural ruso.
Quizá no sepas que tu teléfono, extranjero en gran medida como hemos visto, sea una de las causas de las guerras que hay en la República Democrática del Congo o sea uno de los objetivos de los departamentos de inteligencia corporativa de las multinacionales. Los paquetes de datos acumulados en las redes sociales son casi tan valiosos como el oro en el siglo XXI. La desinformación, o la infoxicación— la intoxicación del lector por el exceso de información— son tan comunes como el tener que beber agua para sobrevivir. RT, HispanTV, CCTV en su versión internacional, los bots en Twitter y Facebook son ejemplos de instrumentos a manos de países para influir en la opinión pública.
“Pero esos países están lejos”. Nada lo está. La información será capaz de viajar a una rapidez cercana a la velocidad de la luz gracias a la llamada tecnología 5G que creará, y ya ha creado, grandes tensiones entre los países que aspiran a mantener o reclamar su estatus como gran potencia. La geografía se ha vengado también, como diría el controvertido politólogo estadounidense Robert D. Kaplan, y ocupar un lugar en el mapa no es igual que ocupar otro. Rusia siempre ha sido vista como fuerte por estar donde está, en el corazón del mundo, rodeada por tres partes y no por cuatro. El Ártico le ha servido de barrera, pero el cambio climático pondrá punto final a esto.
La realidad es dinámica y cambiante. Un tuit puede hacer saltar todas las alarmas de una nueva guerra nuclear, un cambio de Gobierno puede desestabilizar el frágil equilibrio de toda una región y un líder hábil puede esconder los problemas de su país temporalmente bajo la alfombra mientras con la retórica amenaza dentro y fuera y maniobra con distintos países que no se gustan entre sí. “El enemigo de mi enemigo es mi amigo” aplica. Y siempre lo ha hecho.
Ninguna esquina del mundo se salva de ser importante. Como aquel proverbio chino antiguo, «el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo». Lo que suceda en Suva, capital de Fiji, donde por lo menos dos o tres actores se encuentran enfrentándose por el favor del Gobierno o en Sarajevo (como sucedió en 1914) afectarán a lo que suceda mañana. La realidad ya no puede ser estudiada desde un solo prisma. Hay que comprenderla desde la psicología, la economía, la política, el Derecho, la Historia, la sociología, la filosofía y sus subcampos. Las teorías críticas de la descolonización y las teorías feministas, entre otras. Todas ellas representan visiones alternativas de un presente que mañana podría ser diferente y todas ellas sólo pueden ser estudiadas a la vez en una sola disciplina.
No estudies Relaciones Internacionales si eres un eremita, o un discípulo voluntario de la novela más famosa de Daniel Defoe, Robinson Crusoe. Probablemente incluso en ese escenario no debas estudiarlo. Es mejor esconder la cabeza en la tierra y no ver que la temperatura global subirá 3,5 C para 2100 y que para entonces ni tu isla ni tu cueva podrían estar a salvo. Tuvalu o Kiribati, pequeños Estados del Pacífico, han creado un plan nacional de evacuación en caso de que la subida del nivel del agua—producto del deshielo— se trague las islas.
No estudies Relaciones Internacionales si no te preocupa aquello que decía Charles Chaplin en 1940: “la codicia ha envenenado las almas. Ha levantado banderas de odio. Nos ha empujado hacia la miseria y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros”. No estudies Relaciones Internacionales si no te preocupa cómo la extrema derecha avanza por todos los continentes y no quieres comprender las conexiones que hay. No estudies Relaciones Internacionales si no quieres tener las claves de cómo funciona el mundo y no quieres ser un agente del cambio.
Una advertencia, lo único. El mundo seguirá funcionando y avanzando. Seguirá habiendo Estados que sonrían y escondan a la vez la mano. Y eso te afectará porque estás vivo, eres ciudadano o ciudadana y resides en este planeta. Ahora que ya sabes un pedazo de la narración, no estudies Relaciones Internacionales si no quieres alimentar tu mente, curar tus prejuicios y aprender a unir y a encontrar las conexiones entre las diferentes piezas de la realidad, del pasado, del presente y así poder entrever el futuro.
Por Andrea G. Rodriguez (Madrid, 1995). Graduada en Relaciones Internacionales después de cuatro años divididos entre Madrid (UCM), Praga (CUNI) y Taipéi (NTU). Promoción de 2020 del Máster en Seguridad, Inteligencia y Estudios Estratégicos (IMSISS) por las universidades de Glasgow, Dublín y CUNI bajo el auspicio de la Unión Europea. Interesada en geopolítica y seguridad en el área de Asia-Pacífico.
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