El vuelo presidencial del 58

Un día como hoy, 23 de enero de 1958, la sociedad venezolana luego de una década -en mi opinión para nada criticable- de progreso, cambios y ajustes necesarios y un desarrollo del Estado a nivel de infraestructura admirable, condicionado por la dictadura militarista de Marcos Pérez Jiménez, volvió a nacer en democracia. 

Las calles de Caracas volvían a sentir el compromiso de nuestros pasos sobre el asfalto, las cárceles y los refugios clandestinos ya clamaban un descanso. Las golondrinas en el exilio ya preparaban su canto de regreso a suelo patrio.

De manera clandestina, aunque siempre a la altura de su rango, el General M. Pérez Jiménez, la madrugada del 23 se moviliza hasta La Carlota decidido a "colgar los guantes" y alzar vuelo sin retorno en su vaca más sagrada. Extenuado y con el orgullo herido, era el desenlace de una crónica anunciada que aguardaba una señal en el cielo caraqueño para volverse titular de primera página.

La gente de a pie estaba cansada. Los militares, en desobediencia declarada, le hacían contrapeso al poder central. Las armas estaban en las manos correctas y, probablemente, por eso que llaman "principios" y "ética" no era algo negociable; no existía Bolívar que pagara el fusil sobre el cual reposa la soberanía del Estado venezolano.

Días previos al vuelo presidencial tuvimos un plebiscito, en diciembre de 1957, que parecía arrancarnos la esperanza del alma. Sin embargo, el evidente fracaso del General por extender su reservación en Miraflores llenaba unos cuántos ojos de lágrimas, algunas con sabor a libertad, otras tantas muy amargas.

El General Pérez Jiménez empezaba a debatirse entre la agonía y el mando. Los sucesos de enero trastocarían sus bases en dirección al barranco. En principio, una facción militar insurgente se sacudía en Boca de Río, secundada por los blindados del cuartel Urdaneta. Hugo Trejo ya sabía que el final estaba cerca. Y por si fuera poco, sus artífices políticos comenzaban a experimentar las consecuencias de un plebiscito fallido. Laureano Vallenilla Lanz y Pedro Estrada habrían sido condenados al exilio.

El poder central estaba en crisis; militares y políticos tambaleaban en Caracas al son de pronunciamientos mixtos con sabor a democracia.  Una tonada diversa, como la bandera misma que enarbolaban los sectores que hacían vida en la sociedad civil, ésa que ansiaba recuperar las riendas del país.

Se trata de una generación formada en la clandestinidad y vetada por el silencio del régimen. Es la oportunidad -decían- para expresar nuestras voces y darle nombre a ésta lucha. Es ahora o nunca. Es por tí, por mí, por nuestra tierra.

En ese canto se revelaron los ingenieros, los periodistas, las federaciones obreras y unos cuántos empresarios que hasta ese momento no habían manifestado abiertamente su repudio a la dictadura.

El 21 de enero trajo a las masas populares, llenas de sueños y azules boinas, resucitó a la clase política de las cenizas y demostró en la calle con una Junta Patriótica rejuvenecida que en la unión está la fuerza y que las Fuerzas Armadas tenían en sus manos, junto a las nuestras, la tan clamada salida.

Una salida que vio despegue en la ciudad de Caracas y condujo al desastre y la desesperación. Lo normal, supongo, cuando el vacío de poder impera luego de tantos años de estricto control. Las voces del nuevo liderazgo se congregaron en Miraflores, en la Sala de Reuniones que dio vida a la transición. 

El desenlace lo escribió una Junta Provisional de Gobierno, la cual de la mano de Larrazábal cumplió su función: convocamos elecciones, juzgamos a los culpables, desatamos las cadenas y ampliamos nuestro sector... 

¡Regresó la democracia! Ésa que estaba perdida,

¡Ahí vienen las golondrinas! Se ven desde Maiquetía,

"Gritemos con brío,

muera la opresión",

…Eran los vientos de cambio que sopló la transición.

Por Daniela Paola Aguilar P.,

Estudiante de Estudios Internacionales, último semestre, de la generación que dormita bajo las nubes de Calder; venezolana y orgullosamente ucevista.